jueves, 4 de febrero de 2010 | |

EL 7MO DE LA FINAL: El sueño se hizo realidad



Casi 1 semana me tomó escribir esta crónica. Es larga, quizás densa, pero completa. No quería perder ningún detalle porque sin duda este será un juego que pasará a la historia y dificilmente podremos olvidar quienes lo vimos.

Tenían ue nunca, entre un par de gigantescos signos de interrogacieos, en fin, casi cuatro meses de bla pndacidad el corazón acelerado. El reloj marcaba las 7:00 PM. del 29 de enero de 2010 y en Deportes Unión Radio empezaba la antesala del juego. Fue justo allí, en ese momento, al empezar a escuchar los comentarios de Humberto Acosta, Iván Medina y Francisco Blavia, cuando tomé verdadera conciencia de lo que se venía. El séptimo de la final. El decisivo. En el que se perdían los matices de grises y el mundo pasaba a ser blanco o negro. Victoria o derrota. Gloria o infierno. Título o nada. Casi cuatro meses de buenos y malos juegos, de sensacionales jugadas y de errores garrafales, de momentos emocionantes y otros no tanto, de chalequear y ser chalequado, en fin, casi cuatro meses de béisbol se verían reducidos a tres, dos y media, cuatro o sabría Dios cuántas horas de juego. El futuro inmediato se escribía, allí más que nunca, entre un par de gigantescos signos de interrogación.

Horas antes, haciendo gala de aquello que en España llamarían “horterismo”, en Perú “huachafería” y acá en Venezuela “pantallerismo”, Pablo Sandoval, Poh, Panda, Big Pablo, Pandoval o cómo gusten había aterrizado en mitad del José Bernardo Pérez en un helicóptero del CICPC, organismo que, de paso sea dicho, subsidiamos todos los venezolanos con nuestros impuestos y cuya labor, creo entender, no es darle colitas a peloteros con complejos de “showmen”, sino investigar crímenes y mantener a raya al hampa. La llegada del robusto pelotero generó un sinfín de comentarios, les dio ánimo a los magallaneros (“con Pablito estamos hechos”, decían) y, quiérase que no, nos aumentó la tensión a los caraquistas. Tenía dos semanas sin jugar, sí; venía de un viaje cansón, sí; pero de todos modos era el mismo Sandoval que la había roto en la liga. La parafernalia alrededor de él continuó con su presentación-aclamación en el estadio y medio en broma y medio en serio Francisco Blavia dijo que no le extrañaría verlo cantar el himno.

No fue así, el “Gloria al Bravo Pueblo” lo entonó Mayré Martínez y se acabó lo que se daba. Señoras y señores, con nosotros el séptimo de la final Caracas-Magallanes. Hube de respirar profundo, coger un poco de aire, cruzar los dedos, ver al cielo y sentarme. Puedo jurar que nunca antes había estado tan tenso en un juego…y de repente Gregor. “El Gran Blanco” -Mary Montes dixit- la botó del parque en su primer turno al bate. Increíble. Épico. Esperanzador. El primer batazo de la final fue un jonrón del Caracas. El León en La Castellana, que rayaba ya en el hacinamiento, se vino arriba en aplausos, cantos y gritos; mientras todos los nervios y tensiones que consumían el alma de quien esto escribe se fueron abajo. Ni en el más optimista de mis sueños me había imaginado ese juego 1-0 sin out en el primer ining. Pero estaba pasando. Lo estaba viviendo. Y me lo estaba gozando.

Maza y Kroeger fallaron con fly al cuadro y rolling, respectivamente. Bases limpias, 2 outs y el final del ining que se parecía acercar. Pero nada que ver. Con par de sencillos, uno al center y otro al right, Carlos “El Tanque” Maldonado y José Celestino le sirvieron la mesa a Sansón Padrón. El toletero melenudo dio un batazo cortito que picó delante del primera base magallanero y se desvió para la cueva de ellos, transformándose así en un mortal doble con el que anotó El Tanque y quedaron 2 hombres en posición anotadora. “El toque de suerte que ahora está del lado de los Leones”, dijo Fernando Arreaza. La excusa perfecta para pararnos a celebrar y gritar con emoción, dijimos los presentes en El León.

Jesús “El Chucho” Guzmán sacó un rolling por segunda que enmantequilló a Andrés Eloy Blanco de manera tal que a Raúl Padrón, el segundo más lento después de Maldonado, lo mandaron para la goma, adonde llegó safe debido a que el tiro de Reggie Corona fue de piconazo y el cátcher Chirinos no pudo retener la bola. De esa manera el béisbol, siempre inclemente a la hora de hacerse respetar, castigó con saña el atrevimiento de poner a jugar en el séptimo de la final a un campocorto que tenía un mes sin ver acción, y le dio la oportunidad a Jesús Guzmán, el pitado, vituperado e insultado Chucho, de callarle la boca a los bocones de gradas y tribunas.

René Reyes cerró el ining con un rolling por segunda, pero poco importó: cuatro carreras habían entrado. Cuatro. Quién lo diría. Primer ining de la final y ya había una ventaja tranquilizadora de cuatro carreras. ¿Qué clase de buen sueño era ese, ah?

El gringo Standrige se paró en la lomita con la importante responsabilidad de contener a la ofensiva turca y mantener la ventaja. Comenzó con buen pie cuando logró que el siempre peligroso e incómodo Bonifacio fallara con un fly al center. Out importante este tratándose de quien se trataba y tomando en cuenta lo que vendría después. Reggie Corona recibió boleto y la estrellita de Hollywood, en su primer turno, ligó un doble. Pero la suerte, que definitivamente le sonrió al Caracas esa noche, permitió que Corona fuera hecho out en tercera y que luego Ryan, el soldado, fallara con un rolling por segunda. Así salió el primer cero.

En el segundo ining la cosa se le complicó a nuestro gringo. Con par de hits, la primera y segunda se le llenaron sin outs. Al bate estaba Robinson Chirinos y la situación parecía comenzar a agravarse. Pero Petitt, el gran Gregorio Petitt, logró, con un rodado de Chirinos, sacar un dobleplay de antología. Se tiró, agarró la bola y en cuestión casi de micro-segundos se levantó, lanzó a segunda y luego Celestino a primera. Estupefacción total. Nadie sabe y nadie supo cómo lo hizo tan rápido. Pero lo cierto es que esa jugada sirvió para terminar de perdonarlo por los batazos que no dio en la campaña. Todas las culpas que hubiese podido tener las expió allí, porque esa fue LA JUGADA de la noche.

Con hombre en tercera y los 2 outs-Petitt en la pizarra, Yurendell De Caster empujó la primera del Magallanes con un sencillo. Luego Andrés Eloy dio un inatrapable y las dos primeras se llenaron. Había 2 outs, esa era la esperanza. Pero el incómodo Bonifacio, bestia negra del Caracas en la final, lo volvió a hacer: un fly, error de René Reyes y entró otra para el Magallanes. Par de hombres en posición anotadora y ayayay. En ese momento revivió en mí el temor al “extraño caso del tercer out que se le pierde al Caracas contra el Magallanes”, pero tirándole se ponchó Reggie Corona para alegría de los caraquistas y final del inning.

Un sabor agridulce había a esa hora. La gran ventaja de cuatro se había reducido a la mitad, Standridge no parecía estar tan dominante como en su otra apertura y juego era lo que quedaba por delante. Seguro no había nada. Pero cero a cero se fueron disipando y yendo todas y cada una de las dudas.

Standridge enderezó el brazo y lanzó hasta el 7mo ining sin permitir más carreras. Cada rolling, cada fly, cada ponche y cada out fueron sentidos por quien esto escribe y celebrados, unos más que otros, por la multitud de El León. Lo único inquietante era aumentar la ventaja, ya que demostrado está que difícilmente 2 carreras lo sean en beisbol y quizás por eso todavía quedaba alguito de nervios.

Julio Mañon se paró en la lomita en el séptimo y lo sacó por la vía del 1-2-3. Después de eso, casi con propiedad, puedo decir que me comencé a sentir campeón. En el octavo saldría Orber y en el noveno Juan Carlos Gutierrez. Con ellos las cosas no podían salir mal. Ambos se habían convertido en el candado que le trancaban el paso a las ofensivas contrarias en los últimos innings y, pensaba yo, en la final no podía ser diferente.

El octavo lo abrió Carlos “El Tanque” Maldonado con un cañonazo de hit que le permitió llegar a primera. Luego, el mejor amigo del Caracas durante todo el round-robin, Mr Wild Pitch, haría acto de presencia y con una tímida aparición de despedida ayudaría a que El Tanque llegara hasta la segunda. Una vez allí, y después de un ponche de José Celestino, el gran Jackson Melian ligaría un doble tan pero tan contundente que Maldonado anotó y puso el juego 5-2. Seguirían un infield hit del Chucho y el robo de la 2da, para que con 1 out alguno de los siguientes bateadores remolcara por lo menos a uno de sus compañeros, sin embargo Duarte y Petitt fallaron. A pesar de, ya lo que había era alegría. Ese título era casi nuestro. Lo sentíamos. Lo saboreábamos. Lo vivíamos. Seis outs apenas y la gloria sería nuestra nuevamente.

Como era de esperarse, San Orber sacó el octavo, a punta de flys esta vez: En su último turno de la final, Sandoval, la estrellita estrellada, falló con uno al cátcher –el más cantado y gozado de todos-; “El soldado” Ryan con uno al center y Andrus con uno al short. En el interín, entre Ryan y Andrus, Escobar recibió como premio de consolación un boleto en primera hasta la primera. Pero nada que ver y hacer: el Caracas estaba a 3 outs de ganar. Amazing. Incredible. La primera victoria en una final contra el Magallanes a ley de 3 outs.

Pero para más alegría y gozo, a los caraquistas el noveno nos tendría preparado un gratísimo regalo que empezó con par de sencillos de Gregor y Maza; continuó con un extraño toque de sacrificio de “La Pesadilla” Kroeger -que por porquito fue fly pero funcionó para ponerlos a ambos en posiciones anotadoras-; tuvo una pausa para cambiar al pitcher Wilkins Arias por Yoel Hernández; y terminó con un tanquetazo barrebases de Maldonado que trajo dos más para la goma. Y ahí sí, con el juego 7-2, una diferencia de 5 carreras, 3 outs y Juan Carlos Gutiérrez en el horizonte ya no había pa´donde agarrar: el título tenía nombre.

Más que expectativa lo que había para ese entonces era impaciencia, y ésta se acrecentó con un corte eléctrico que por lo bajito podría calificarse como sospechoso, ya que al igual que en el día anterior la luz se fue justo cuando iba a iniciarse la parte baja del 9no. Vergonzoso desde donde se le quisiera ver que el estadio –por intención o ineficiencia- se quedara sin luz en una final. Metáfora y signo inequívoco de la decadencia de los tiempos actuales. Así que la larga espera se prolongó más de lo debido, pero con o sin luz, con o sin saboteo, la realidad era una sola: el Caracas sería el campeón.

Cuando por fin los reflectores volvieron a iluminar el estadio, que no al Magallanes, todos nos pusimos de pie para esperar, cantar y festejar los últimos 3 outs que nos separaban del título. Una historia inédita estaba a punto de escribirse en ese momento. Un evento único, algo nunca antes visto, un hecho que marcaría un antes y un después. El fin del largo e incómodo yugo magallanero en la instancia decisiva se estaba acercando. La tiranía finalista estaba a punto de caer. Al chalequeo irrebatible de que en las finales no veíamos luz contra ellos le quedaban 3 outs de vida.

Chirinos, De Caster y Blanco eran los que Dios mediante tendrían que cerrar la puerta y apagar la luz magallanera. Juan Carlos Gutierrez, "Bola 8" para Beto Perdomo, se montó en la lomita. Era el mismo Juan Carlos que en un gesto heroico y plausible pidió la bola para el séptimo juego de la final pasada, de la que no salió bien librado. El beisbol le daba la oportunidad de reivindicarse y resarcirse, un año después, en la misma instancia, solo que como cerrador.

Con 2 strikes en la cuenta, Chirinos abanicó una curva y trajo así el primer out. Apoteosis total. Luego De Caster, en cuenta de 0-2, sacó un rollingcito al short, que tomó Petitt y se lo lanzó al Chucho para el segundo out del ining. Éxtasis. Ya no había duda, ese título iba a ser nuestro. El reloj del tiempo beisbolero era claro: sólo quedaba un out de juego y sólo una debacle monumental o un descalabro apocalíptico podría impedir el sabido final. En el plato se paró Andrés Eloy Blanco. El primer lanzamiento, bola; el segundo, strike. La celebración había comenzado en el dogout. Los jugadores del Caracas estaban todos de pie, saltando, esperando. Al tercer lanzamiento, Blanco sacó un rolling por segunda, fácilmente lo tomó López, se lo lanzó al Chucho y señores: El sueño se hizo realidad, Caracas campeón.

Se desató la gran locura. Mientras en el terreno de juego los jugadores corrieron al medio del campo, saltaron, se abrazaron, hicieron un circulo y festejaron; en El Leon la gente comenzó a vaciar las botellas de cerveza y lanzar el dorado líquido al aire. Risas, gritos, saltos, música. Fue un momento único en el que los problemas, las tristezas, los sinsabores de la vida, del día a día, dejaron de existir. Por un rato todo fue perfecto. En esos segundos, el mundo se redujo a Leones del Caracas, Leones del Caracas y Leones del Caracas. Nada importaba más. Nada traía más felicidad. Fue el momentazo.

Porque nos sacamos la espinita magallanera, porque remontamos un 0-2, porque ganamos un juego de manera heroica, porque teníamos la historia y las estadísticas en contra, porque nos dieron por muertos, en fin, por todo lo que representó, esta final terminó siendo un sueño en vida. ¡Qué honor y qué privilegio haberla vivido, sufrido y gozado! Inolvidable y pa´la historia.

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