jueves, 28 de enero de 2010 | |

Un juegazo para no olvidar nunca

Independientemente del resultado de la final, he de decir que sólo por un juego como el del lunes valió la pena estar en ella. Partidos de béisbol emocionantes, muchos; como ese, pocos. En vista de que mi memoria beisbolera es corta y de reciente data, puedo decir con propiedad que ese juego está –y por mucho tiempo, creo, estará- en los primeros lugares de mi top-ten particular, y que en el álbum de mi cabeza –Aterciopelados, dixit- quedará escrito con tinta indeleble.

Ya en esta temporada los Yankees, mi equipo de las mayores, hicieron lo mismo ante los Mellizos de Minnesota. Alex Rodríguez sacó una A-BOMB en el 9no ining para empatar el juego y luego Mark Teixeira le puso fin en el 11vo. En aquella oportunidad recuerdo haberme emocionado bastante. Pero qué va. No se compara ni de lejos a lo que sentí esta vez, en la que, confieso, hasta alguna lágrima de emoción salió por allí…y miren que para que yo llore hay que echarle.

Es que lo de antier noche fue una cosa épica, de héroes. Casi una lección de vida, de hidalguía. Un llamado a no rendirse y a no darse por vencido nunca. A que la esperanza siempre existe. Y que el juego, bien dijo alguien por allí, no se termina hasta que se acaba o no se acaba hasta que se termina.

Los Leones llegaron a estar abajo hasta por cinco carreras en el 5to ining. Pero poco a poco fueron remontando. En el 9no ining, perdiendo ya sólo por 1, los Navegantes trajeron al Kid. A uno de los mejores cerradores de las mayores, el del record de más salvados. Y con los dos primeros bateadores hizo bien su trabajo. Gregor Blanco se paró en el plato con 2 outs y las bases limpias. No éramos pocos los que empezábamos a ver a los lados para buscar al mesonero y pedir la cuenta. Es que todo lucía tan difícil. Y no era por falta de fe, era por tratar de ser realista. Porque de que se podía, se podía. Pero tanto ligar hits que contra el Magallanes se convertían en rollings o flys había hecho que en ese instante escucháramos a la razón y no al corazón. Hasta que llegó Gregor y nos dio la lección.

Cuando aquella bola salió del parque el éxtasis fue total. El Universitario, según se vio en las imágenes de la televisión, se vino abajo. El León en La Castellana también. Los caraquistas volvimos a ser felicidad colectiva, gozo masivo en estado puro, una burbuja de júbilo. Lo que creíamos imposible había pasado de nuevo. El sueño, la ficción, la película se había hecho realidad. Gregor Blanco había tenido un turno soñado y con un swing nos dijo, a lo Rubén Blades: “Tengan fe, que esto no se acaba aquí”. Y no se acabó, se prolongó. La cara del Kid fue un poema, y el silencio de los magallaneros estridentes.

La pelea que se formó después trajo como consecuencia la salida de Guzmán y el remplazo de él por Melian. Juan Carlos Gutierrez salió en el décimo a aplicar el cerrojo –el gran Orber Moreno ya lo había hecho en el 9no- y aunque Reggie Corona le conectó un doble luego de que retirara al incómodo Bonifacio, logró, ponchando a Molina y haciendo fallar con un fly a Landaeta, sacar el cero. Hubo un poco de tensión con ese doble, el consumo de nicotina alcanzó su máximo nivel entre los parciales del Caracas, pero en Juan Carlos había confianza y como siempre fue bien retribuida.

"El décimo es el ining", fue lo que pensamos. “Ese juego hay que ganarlo aquí”, se escuchó por allí. Para despedirse con un grato recuerdo, José “El Hacha” Castillo lo abrió con un hit. Cambiaron de pitcher y le trajeron un zurdo a “La Pesadilla” Kroeger. Para algunos, el toque estaba más que anunciado, para otros era un horror que el cuarto bate anduviera en esas. Vieja y nueva escuela se debatían en un turno de los cruciales, y al final ganó la nueva porque el toque de Kroeger fue una “pesadilla”: casi conectó un fly al pitcher, Castillo previendo esto no salió sino hasta ver que la bola caía, pero fue demasiado tarde y en jugada de selección lo retiraron en 2da. La cosa quedó igual, pero con un out. Para resarcirse, Kroeger se robó la 2da. En búsqueda del dobleplay salvador, los magallaneros le dieron boleto intencional a José Celestino, y todo quedó en el bate de Melian.

Jackson Melian, el toletero cuyo nombre le hace honor al apellido de Mr. Octubre, volvía a estar en un turno clave. Cuenta la leyenda que él dijo en el dogout que la iba a sacar para ponerle fin al juego, y cuando Melían dice que la saca, la saca. No es fanfarronería, ni echonería, sólo pasa porque tiene que pasar. Con disposición y actitud de campeón emergió de la cueva. Yoel Hernández lo puso contra la pared en cuenta de 1-2. Él, con la confianza del que sabe que ha nacido para grandes cosas y la casi cínica tranquilidad de aquellos que están a punto de hacer historia, simplemente se paró, masticó el chicle, se estiró un poco, agarró firmemente el bate, lo colocó sobre el hombro derecho y esperó el envío. Una slider fue lo que le mandaron. Y una slider fue lo que envió a las gradas de la izquierda.

El left field magallanero corrió, pero hacia el dogout. El batazo era jonrón desde el mismo momento en que salió. La cueva del Caracas se vació y los peloteros se reunieron en el home a esperar al héroe. Jackson le daba la vuelta al cuadro con el brazo derecho levantado, la satisfacción del deber cumplido y la ensordecedora aclamación de las almas que copaban tribunas y gradas. Se le había pedido una línea bien conectada, pero grande al fin lo que dio fue un bambinazo.

Ya cuando la bola iba a mitad de camino, la noche caraqueña perdió el silencio habitual de los martes y la luna fue testigo de una celebración de las que desde hace tiempo no se veían. A los fanáticos caraquistas se nos salió el narrador que todos llevamos por dentro y entre “oooolvidenlo”, “díganle que no a esa pelota”, “pura candela, señores”, “esa no regresa más”, las gargantas se unieron para cantar ese épico jonrón. Después vinieron los saltos, los aplausos y los abrazos, sazonados con los “sí se puede, no joda”, “grande este equipo, carajo” y demás expresiones, para terminar a viva voz con el emblemático y clásico “Leo, leo, leo, leo, leooo, leoooo”, mientras en El Universitario sonaba el “se hunde el barco mi querido capitán” de Porfi Jiménez.

Pedro Ricardo Maio y Jesús Marín se dieron hasta con el tobo por entrevistar a Melian y a la final el uno salió en la pantalla del otro. Jackson dio gracias a su gente, a la Virgen del Valle -¡alabada sea!- y sentenció con claridad: Vamos a quedar campeones.  Francisco Blavia bajó al terreno a recoger impresiones, y entre esas estuvo la de un emocionadísimo José Castillo que no pudo contener la emoción, y con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada se despidió de la afición caraquista diciendo que todo eso era muy duro pero él tenía una familia que mantener. ¡Lo dicho, fue una noche de emociones!

Se llegó a pensar que después de semejante noche, lo que venía era un subidón anímico que elevaría la confianza del Caracas y pondría al Magallanes en 3 y 2. Líder incluso tituló que el Caracas mostraba pasta de Campeón. Sin embargo, y contra todo pronóstico, a la noche siguiente, amparados principalmente en el brazo protector de Raúl Valdés, los magallaneros nos blanquearon y nos dieron otra ración de arepas.

El ego se les insufló como nunca y comenzaron a mandar cualquier cantidad de cadenas, mensajitos y fotos relativas a la Harina Pan y el fogón. Blanquear al adversario, sí, tiene mérito, pero vaya que es aburrido. A menos que sea un no hit, no run, poco se disfruta un blanqueo. Solo sirve para la joda y nada más. Caso diferente el de empatar un juego con un jonrón en el 9no y 2 outs, y luego sentenciarlo con otro estacazo en el décimo. Eso sí es emoción, adrenalina y disfrute puro. Y de eso no saben ellos. Pobrecitos.

En fin, señores, al terminar de escribir esta crónica quedan si acaso unas 3 horas para el inicio del juego decisivo para Leones. El Caracas no tiene mañana en Valencia. Pierde hoy y pierde el título. Ganar y ganar es la fórmula. ¿Podrán? Ya demostraron que pueden ganar dos juegos seguidos, así que hay que dejarlo todo en el terreno -sí, sí, qué cursi- y sacar la garra. Hay equipo, señores, así que cual Gregor y a lo Rubén Blades vuelvo a insistir: Compañeros caraquistas "tengan fe, que esto no termina aquí". Que así sea. 

 

LA NARRACIÓN

¿Qué puedo decir acá que ya no haya dicho acerca de Fernando  Arreaza y sus narraciones? El mejor, el más apasionado, el que le pone emoción al juego y lo hace a uno vibrar con el radio en la oreja. Ganas de escucharlo nunca faltan y el destino, el caprichoso destino, quiso que él estuviera efrente al micrófono cuando ese par de jonrones. Quien no se emociona al oír estas narraciones es porque no es caraquista. De colección y pa´la fonoteca. 


EL VÍDEO

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